miércoles, 2 de junio de 2010

Monseñor Romero vive en los corazones salvadoreños

El Faro, periódico digital salvadoreño, hace hoy un gran destape periodístico, al lograr la confesión inédita de uno de los asesinos de Monseñor Romero, quien se encuentra refugiado y oculto en California.

Mildred Largaespada | 22/3/2010

San Salvador.- Se le canta, reza, recuerda, implora, celebra su existencia, a Monseñor Oscar Arnulfo Romero, en este país que ya no oculta los homenajes públicos a su figura ni habla sobre “lo que le pasó” –asesinato en el altar- en susurros temerosos ante la furia del grupo que celebró su muerte.
Siempre ha estado presente en el recuerdo este hombre convertido en santo por voluntad popular, aunque aún no está en la lista oficial del santoral del Vaticano. Falta poco. En Roma concluyeron que fue asesinado por su fe cristiana. Le recordaron todo el tiempo, intensamente, los centenares de personas que le consideraron su confesor, defensor, guía espiritual, San Romero de América. Este año la diferencia la ha escrito el gobierno del FMLN en el poder, con el presidente Mauricio Funes: hay homenajes oficiales para Romero –conciertos, mural en el aeropuerto, emisión de sellos postales- y en todo el país la gente organiza peregrinaciones a su tumba en Catedral, misas, performances artísticas, coloquios, debates.

“Dios nos dio un regalo”, dice José Simán Jacir, intelectual salvadoreño, empresario, que le conoció muy de cerca, al referirse al hecho de que Romero viviera en ese tiempo y en este lugar. “Platicaba con él, llegaba a nuestra casa, jugaba con mis hijos. Hay que tomarlo a él como ejemplo que provoca, de lo que debe ser un cristiano”, reflexiona Simán Jacir que en aquellos convulsos y tristes años soportó que le lanzaran dos veces bombas a su casa debido a esta amistad.
“Me señalaba el que me viera con él, alguna gente se burlaba de mí y me decían que tenía “obispitis” por tanto hablar de lo que él comentaba”, recuerda en su despacho capitalino en cuyas paredes cuelga una foto suya con Monseñor y varias citas provenientes de sus homilías.
Las poderosas, por reveladoras y proféticas, homilías de Romero viven también en el recuerdo de mucha gente y memorizadas fielmente con precisión extraordinaria. “Todas las mañanas de los domingos escuchábamos la misa de Monseñor por la radio”, recuerda Eugenia Marroquín, informática, quien acudió con su madre al funeral de Romero, aquella vez que francotiradores dispararon contra todo el pueblo doliente en Catedral. Aquel momento que fue simbolizado por las fotografías y reportes periodísticos con la imagen de centenares de zapatos abandonados por sus dueños en la carrera que tuvieron que emprender para salvar sus vidas de las balas que llovían desde arriba, y que en Nicaragua se pudo seguir por medio de la transmisión en directo que hizo Radio Sandino. Una performance convoca estos días a los salvadoreños a llevar zapatos usados para simbolizar el recuerdo de aquellos que murieron aplastados por la desbandada que provocaron los francotiradores.
Marroquín era una adolescente en aquel marzo de 1980, cuando murieron muchos salvadoreños que acudieron a despedir al Obispo Romero. “No perdí mis zapatos porque me levantaron en el aire, y salimos corriendo. Sólo recuerdo que en el camino nos encontramos a una mujer llorando porque en el alboroto de la gente huyendo había perdido a su hijo”, dice Marroquín y confiesa tener el libro de las homilías en la cabecera de su cama para consultarlo.

A Romero le asesinaron disparándole en el corazón. Un solo tiro. Y la sangre empezó a regarse gota a gota, lentamente, empapándole el cuerpo, la ropa, ante la incredulidad de los pocos asistentes a esa capilla. Murió de forma instantánea y le levantaron unas religiosas cargándole en sus brazos. El disparo salió del arma segundos antes de que Romero llamara al pan y al vino el cuerpo de Cristo, la consagración, mientras daba misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia. Tenía 62 años. La Comisión de la Verdad, creada por los Acuerdos de Paz, concluyó que a Monseñor le asesinó un escuadrón de la muerte organizado por los militares mayor Roberto D’Aubuisson (fundador del partido de derecha Arena) y, entre otros, capitán Alberto Saravia. El primero murió de cáncer en 1992 y el segundo aún vive y fue declarado culpable del crimen por un juzgado de los Estados Unidos en 2004.

Ocurrió en momentos cuando Romero hablaba a favor de los pobres y las víctimas del conflicto armado con mayor énfasis que antes. Decía cosas como éstas (dirigiéndose a los militares y al gobierno): “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios ¡cese la represión!”, una frase que 30 años después de su martirio estremece el corazón de quien la escucha. Porque escuchada –más que escrita-tiene ese formidable tono de la elocuente desesperación.
No a todos, cierto. “Ojalá (sus asesinos) le hubieran escuchado alguna vez”, medita Silvia Ethel Avelar, poeta salvadoreña y feminista contando además cómo a Romero le visitaban muchas mujeres a pedirle que intercediera por sus hijos apresados y torturados por los militares. “Monseñor las recibía, las consolaba, a veces era el único consuelo que tenían, pues sus hijas e hijos, maridos, ya estaban muertos o desaparecidos. Él decía misas para ellos, las convocaba para rezar, acompañándolas. No es casual que marzo es el mes de las mujeres y el de Monseñor”, reflexiona esta escritora que en un poema dice: “Romero/converso del amor/sentimiento incandescente/que no oscila con los precios del mercado/ni se esconde en partidas secretas/ o tributos no pagados. /Amor por derecho propio/ de ganas insolentes de amar…/amor sin miedo.” Las mujeres salvadoreñas que buscaron a Romero, ellas -“las amortajadas de pena”, dice en su poema- “encontraron a Romero siempre, siempre las escuchó y ellas le escucharon”.

“Todo el tiempo él se preocupó por la realidad. Se asustaba por los niveles de pobreza que había en el país. Y fue así siempre. Yo le conocí en el seminario, dormía en una hamaca todas las noches y tenía un radito de onda corta”, narra José Simán, quien escribió un libro sobre su relación de amistad con Monseñor, llena de anécdotas humanas y cotidianas del hombre santo.
No fue así siempre, piensan algunos, que consideran hubo una reconversión en Oscar Arnulfo que le llevó de ser un pastor “de lobos”, asistente a mesas de la clase económica alta y represora e indolente con la situación social y política del país a este guía espiritual consciente de las atrocidades que la casta militar y pudiente ejercía sobre los empobrecidos. Una reconversión ocurrida en un tiempo impreciso que algunos intentan situar cuando los militares salvadoreños asesinaron al jesuita Rutilio Grande, su amigo. Dicen, creen, que esa muerte “le traspasó”. Cierto es que ya Romero fue otro, diciendo, por ejemplo, al gobierno, que la Iglesia ya no participaría en los actos oficiales mientras no se esclareciera lo sucedido a Grande.

Cuesta, cuesta mucho en El Salvador hablar del hoy y del ahora, hacer que la gente construya sentido del pasado trayéndolo al presente. Pareciera el trauma de los sobrevivientes, pareciera el no querer pasar la página. En parte se entiende, bastante se entiende, puesto que son pocas las voces que construyen la memoria del país. Un esfuerzo valioso es el del Museo de la Palabra y la Imagen. Muchos años de gobiernos de derecha, que han preferido, el discurso oficial del no reconocer que aquí hubo una mortandad solemne de enormidad, y que unos fueron los asesinos y otros los asesinados. Pasaron muchos años las víctimas del conflicto esperando un reconocimiento a su dolor. Han pasado años, por ejemplo, sin que Romero sea mencionado en los medios de comunicación. Un ninguneo doloroso, y antiperiodístico.
“La actualidad de Romero es el ejemplo de que uno puede reconvertirse todos los días, un hombre santo que era un hombre libre que optaba por hacer la voluntad de Dios. Con él tenemos un proyecto que le da sentido a nuestras vidas, él nos dio eso”, aclara Simán Jacir.

Para la poeta Avelar, Monseñor significa “el sentido de la rebeldía ante la injusticia. Él no dijo ‘este es el destino de los y las salvadoreñas’. Él se rebeló a ese destino. Eso nos corresponde hacer ahora y a las mujeres con mucha más razón”, comenta. Y sigue: “Fue el primero en hablar de derechos humanos aquí. Antes de que apareciera esa figura del ombusdman, Monseñor era el primer defensor. Instituyó toda la estructura de tutela legal del Arzobispado para buscar a los presos y desaparecidos”.

Desde el campus de la Universidad Centroamericana (UCA), José Juan Romero reflexiona sobre el ser profeta de Monseñor: “Hoy él seguiría defendiendo a los empobrecidos, a la gente excluida. Me da la impresión de que en el país no se tiene en cuenta que estamos fuera del contexto de la guerra. La actualidad de su pensamiento está en reconocer cuál es la guerra de hoy: hay que luchar por dejar de mirar hacia otro lado cuando en la calle se mata por cualquier motivo, por ejemplo. Él diría ‘¿pero qué hacen? ¿Por qué no salen a la calle a protestar por eso?’. El gobierno debería encabezar esa protesta”, señala Romero, jesuita español con 20 años visitando Centroamérica y enseñando en las UCAs de El Salvador, Guatemala y Nicaragua, donde son legión sus alumnos y ex alumnos.

Para este jesuita canario, también profesor de ETEA, facultad de empresariales de la Universidad de Córdoba, hay otras luchas que Romero habría visto hoy: “la falta de sensibilidad de las fuerzas políticas y la eclesial. La Iglesia recuerda y recuerda, y admiro esa fidelidad. Pero veo menos capacidad de reacción frente a lo que sucede en el país de ahora. La guerra actual es la falta de medicinas en los hospitales, la pobreza, la exclusión. Monseñor estaría haciendo hoy -como hizo Ellacuría- llamados mucho más enérgicos”.

La UCA es sede de homenajes diversos a Monseñor Oscar Arnulfo Romero y José Juan Romero nos da la entrevista entre clase y clase que da en la Maestría de Desarrollo Local. “Sigue vigente el pensamiento de Romero en la medida en que estamos en una sociedad enferma, de muchas cosas, pero sobre todo de insensibilidad. Las oligarquías aquí no dicen ‘vamos a construir una sociedad más justa’. A los ricos hay que decirles: renuncien a una parte de sus privilegios y paguen más impuestos”, clama el profesor Romero quien además ruega: “Por lo menos que lo hagan para conseguir paz social que les beneficia para sus empresas”.

Este Doctor en Economía y especialista en economía europea e integración económica y centroamericana confiesa que todos estos días lee las homilías de Monseñor, le emocionan. Y concluye: “Reúne las características de lo que teológicamente llamamos Profeta, como Jesucristo. Si estos aniversarios no sirven para lo que estamos hablando, Monseñor, Ellacuría, Rutilio, los jesuitas mártires, ellos en sus tumbas deben de estar saltando, rebelándose frente a esto. Aquí lo que faltan son protestas ante la realidad, mártires no faltan”.

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