jueves, 3 de junio de 2010

En catedral la primera fila es para el presidente y su esposa


Mientras que catedral se oficiaba una misa para commemorar los 30 años de la muerte de Monseñor Romero, en las afueras de la catedral había protestas acompañadas de pólvora.
Última actualización: 25 DE MARZO DE 2010 07:42 | por Jessica Guzmán


El 24 de marzo de 2010, la ceremonia de los 30 años de la muerte de Monseñor Romero atrajo a los fieles a la catedral de San Salvador, quienes estaban ubicados en las bancas, los pasillos y las gradas laterales dentro de la edificación, desde las 11:30, media hora antes que comenzara la ceremonia.
La temperatura subía a cada momento, mientras los fieles se iban acomodando en el espacio que encontraban libre o que con disimulo acaparaban.
Llegado el mediodía, iniciaron los cantos. Poco a poco la treintena de sacerdotes, entre ellos Theodore McCarrick, Obispo Emérito de Washington, quien oficializaría la eucaristía y monseñor José Alas, arzobispo de San Salvador.
La primera banca del costado derecho de la iglesia fue de las primeras en ser ocupada por unas señoras con cabellos nevados, tez morena, sus manos y rostro denotaban sus avanzadas edades.
Al lado izquierdo se encontraban Manuel Melgar, ministro de Justicia y Seguridad Pública y el director de la Policía Nacional Civil, Carlos Ascencio. Armado.
Catedral estaba llena, pero no colmada, había espacio para desplazarse cautelosamente, sin embargo los creyentes no dejaban de abanicarse con una toallita, pañuelo, o incluso con alguna postal del obispo mártir.
A la media hora de haber comenzado la ceremonia, McCarrick comenzó el evangelio, los fieles le escuchaban detenidamente.
Repentinamente las señoras de la primera fila se levantaron y se dispersaron, algunas se fueron a sentar en las gradas del lateral izquierdo. Alguien se acercó a ellas y les susurro que tenían que desalojar.
De pronto en la puerta que da la calle, del lado derecho, sobre la avenida Monseñor Romero, llegaron unas camionetas con vidrios polarizados, un grupo de hombres de traje negro bajaron, unos tenían dos jaulas, en cada una un perro.
Eran de esos canes entrenados para detectar droga o explosivos, por un momento los hombres de negro, tuvieron la intención de hacer entrar a los perros, pero luego de unos segundos desistieron y dejaron a los canes afuera, mientras ellos comenzaron a desplazarse entre los devotos.
“Permiso, permiso” decían en vos baja, mientras iban ubicándose; cuatro justo en la línea de la primera columna _estos tenían un maletín negro en el que dejaban ver sus armas_ , dos por las gradas laterales, donde ahora ya se habían ubicado las ancianas que habían ocupado temprano la primera fila, tres por el lateral derecho... dos más en medio.
Monseñor McCarrick seguía con el evangelio y al momento que pronunciaba “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados”, el Presidente Mauricio Funes y la primera Dama, Vanda Pignato, acompañador por el secretario de la presidencia Francisco Cáceres, hacían su entrada, escoltados por otros miembros de su seguridad. La misa en ningún momento se suspendió, aunque de inmediato las miradas voltearon hacia los feligreses que hacían su entrada 35 minutos después de comenzada la misa.
Las miradas siguieron hacia los recién llegados, quienes se fueron directo la primera fila, esa que momentos antes ocupaban las señoras de cabellos nevados. Minutos después el ministro de Seguridad y el director de la Policía, olvidaron por un momento la solemnidad del pronunciamiento del evangelio para acercarse al mandatario y a su esposa y darle la mano. Fue una interrupción que los prelados prefirieron ignorar.
Mckarrick prosiguió: “Qué aprendemos de la muerte de monseñor Romero, mejor preguntémonos que aprendemos de su vida”
Mientras Funes miraba una fotografía de Monseñor, doña Vanda se daba un poco de aire con el abanico, el canciller revisaba mensajes en su teléfono, los fieles seguían cantando en honor a Romero.
“Óscar Romero fue poseído por Dios, su vida fue poseída por el clamor a la justicia. Querido padre Òscar, amigo, pastor, mártir, voz gritando en el desierto, tus obras hablan más fuerte que tus palabras, ora por nosotros, tu recompensa será grande, porque la sangre de los mártires será la semilla de la Iglesia”, concluyó McCarrick, mientras pausadas explosiones de pólvora se escuchaban en las afueras de la edificación católica.
Pero la pólvora no era para celebrar la memoria de monseñor, sino para mandarle un mensaje al Presidente Funes, ya que era por parte de un grupo de manifestantes se habían hecho presentes en la calle Rubén Darío.
Los manifestantes, quienes venían desde el hospitalito de la Divina Providencia eran de organizaciones sociales, sindicatos que pedían desde la canonización de Monseñor Romero, hasta que el gobierno trabaje por los pobres y mejoras para los trabajadores.
Otro grupo de 60 manifestantes que se concentraron frente a Catedral se abanderaban con una pancarta que rezaba “Despedidos de ANDA de 1985 exigimos justicia al Presidente Funes”.
La ceremonia en honor al obispo mártir concluyó, y el Presidente no se dio cuenta de las manifestaciones, como tampoco se dio cuenta de que para ubicarlo tuvieron que levantar a las señoras de la primera fila, ni que al momento de su retiro, mientras algunas personas le aplaudían, un elemento de su equipo de seguridad detuvo a una señora que llevaba a su niña en brazos y se disponía a salir de la iglesia “un momento que aún no puede salir”, dijo el seguridad, la señora bajó la mirada, y hasta que Mauricio Funes entró en su camioneta, la señora pudo seguir su camino.
Era la 1:30 de la tarde, el Presidente se fue, también los sacerdotes y los fieles siguieron saliendo así como entraron, con el corazón lleno de añoranza al recordar a Monseñor Romero

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