jueves, 3 de junio de 2010

Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez. El testimonio de José Pepe Jorge Simán J.

Ramón D. Rivas

Hace unos dos años, José Pepe Jorge Simán J. tuvo la gentiliza de enviarme dos ejemplares de un documento ilustrado con fotos familiares e inéditas que esa misma tarde empecé a leer. Se trataba del relato de una entrevista que el periodista Ricardo José Valencia y el historiador Héctor Lindo hicieron al mismo Pepe. Es el relato espontáneo que cuenta sobre la amistad que unía a monseñor Romero con Pepe y su familia, sus alegrías y desacuerdos, sobre todo en su primer encuentro con él a principios de los setenta.

La entrevista narra algunos de los deseos y preocupaciones del entonces obispo. Pepe, por su cercanía con el pastor, describe al hombre preocupado por los salvadoreños, pero también al hombre en estrecha relación con Dios, al hombre serio; pero también humilde y sensible. Pepe Simán habla sobre su amigo asesinado. En la entrevista narra algunas de sus experiencias con monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez —el obispo mártir—, sin lugar a dudas una de las figuras más importantes de la historia salvadoreña.

Es el testimonio que relata no solo aspectos referentes a su amistad con el prelado, sino que, a su vez, las preocupaciones de este hombre de Dios sobre cómo veía la realidad del país.

Pepe define al obispo mártir como un amigo “con libertad de criterio y de actuación, ese ponerse en manos de Dios en un contexto de mucha presión por parte de distintos sectores y en un tiempo en el que tu vida dependía de lo que dijeras o hicieras, y, sobre todo, en un tiempo en que tantas personas solicitaban su intercesión, en el que tanta gente humilde estaba siendo violentada en sus derechos fundamentales y que veían en él su único apoyo, su única esperanza. Sentía una responsabilidad tremenda hacia el pueblo. Rezaba mucho; en momentos críticos, en momentos en que debía tomar decisiones importantes, se retiraba a orar a la capilla.

Allí, él encontraba inspiración y ayuda. Dejaba que Dios actuara sobre él, que lo orientara en el análisis de la realidad. Monseñor tenía esa capacidad de ver las cosas desde la perspectiva del evangelio. Era un hombre que ‘sentía con la iglesia’, sentía el sufrimiento de la gente como suyo propio”.

Y es que siempre me he preguntado sobre el porqué la figura y el pensamiento de este obispo ha trascendido el mundo entero, y llego a la conclusión de que no es solo por el hecho de que se convirtió en “la voz de los sin voz” en este país en el que le tocó vivir, con características medievales, y, peor aún, hoy en día, a las puertas de la modernidad, con una sociedad que vive entre el pasado y el presente, pero todavía con resabios de una contracultura que tiene su origen en ese pasado oscurantista medieval que se resiste a desaparecer por esas profundas relaciones de poder que lo sustentan.

Monseñor Romero supo ser el obispo que no solo se aferró a entender y dar respuesta a “las debilidades” del ser humano solo desde la fe. Al leer el relato de Pepe Simán, así como sus homilías, veo a ese obispo mártir preocupado en dar una respuesta a los problemas del ser humano desde una perspectiva holística.

De su pensamiento plasmado en sus homilías, veo a ese pastor convencido de que la religión era solo un aspecto de la realidad social, y que si verdaderamente se quería comprender y hacer algo por el ser humano había que comenzar aquí en la tierra, partiendo desde la fe, pero tomando en cuenta la realidad social, económica y política del país.

Estoy seguro de que el obispo mártir soñaba con un cambio de actitud por parte del ser humano pero para ello había que cambiar esas mentalidades que justificaban el domino social, económico y político de unos pocos para con las mayorías analfabetas y desposeídas.

Monseñor Romero era el que creía que el ser humano es capaz de vivir en armonía solo cuando comparte y dialoga. Ese fue su pecado, y por eso lo mataron. Es por eso que su figura, año 2010, a 30 años de su asesinato, es la del pastor actual.

Que gratificante sería cuando todo este puñado sacerdotes católicos y de otras denominaciones cristianas que hoy en día se amparan en su habito o en su iglesia entendieran que la religión sola, si no va acompañada de la compresión de los demás fenómenos que cotejan a la sociedad (dígase económicos, políticos, culturales y hasta ideológicos), no es nada más que palabrerío de mercado, que en vez de hacer solidaria a la sociedad la desune y la trasforma para mal, como es el caso de lo que ocurre en nuestra sociedad.

¿De qué me sirve tener cientos de iglesias en este país cuando el irrespeto, la desidia, el maltrato, el abandono y la explotación social, cultural, económica y la manipulación política es un acontecer de cada momento? La Iglesia y sus líderes, año 2010, deberían de entender de una vez por todas que la vida eterna se empieza a ganar aquí entre nosotros. El obispo mártir es un ejemplo por seguir. La iglesia salvadoreña, hoy por hoy, no se atreve plenamente a reconocer el gran legado y testimonio de este gran hombre.

Y es precisamente, pues, que la misma se encuentra maniatada en un compadrazgo profundo con las fuerzas históricas de poder de este país y, es más, consumidos en un pensamiento escolástico que en vez de avanzar lo cohíbe de tal forma que, ante acontecimientos históricos en donde es claro que el ser humano debe ser protagonista, si es que verdaderamente quiere cambios, reduce su pensamiento a una figura de estampa colgada de la pared. Estamos ante una Iglesia que da la impresión de que ya se acostumbró a la violencia y a una sociedad indiferente. Esa diferencia, traducida a una actitud diabólica del ser humano, es la que monseñor Romero señalaba y atacaba.

En los momentos actuales de nuestra sociedad, es urgente leer y estudiar el legado de este obispo mártir —y no solo desde lo religioso—, ya que su legado es tan grande que muy bien puede ser abordado y puesto en práctica en el estudio y comprensión del ser humano desde diferentes ámbitos de las ciencias sociales y no solo desde la teología y las ciencias políticas.

El sustento antropológico que encuentro en el pensamiento de monseñor Romero es, precisamente, su amplia visión liberadora del ser humano, y no solo desde la religión. Su pensamiento es holístico: ve al hombre inmerso en la sociedad como un ente que desde la fe se relaciona con lo económico, lo político y la historia cultural. A ese ser humano integrado en esa realidad es que había que entender y acompañar.

Si monseñor se hubiera enfocado solo desde lo religioso a entender el fenómeno, su pensamiento sería uno más entre tantos. Gracias Pepe por compartir conmigo tu experiencia con este Santo de América. Estoy seguro que así como vos hay otros salvadoreños que compartieron también con monseñor. ¡Qué bonito sería cuando otros tomaran tu ejemplo y publicaran sus experiencias con este gran salvadoreño de Dios!

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