martes, 22 de marzo de 2011

¡Obama y Romero!

Con la visita realizada el día de ayer 23 de marzo (*) por el presidente Obama y su esposa, Michelle, a la tumba de Monseñor Romero, ambos nos dieron una lección: los errores del pasado no deben ser retranca, ni pretexto para construir un futuro compartido. El mensaje para los salvadoreños fue claro, es hora de salir del atolladero, de abandonar las mezquindades; es hora de pensar y actuar con decencia para llegar a ser una sociedad próspera, democrática y en paz.
Escrito por Facundo Guardado / Analista político
Martes, 15 marzo 2011 00:00
El pueblo salvadoreño y el pueblo norteamericano podemos construir un futuro en el que ambos compartamos, por igual, derechos y responsabilidades.
Si damos un pequeño vistazo a nuestra historia contemporánea, es fácil darnos cuenta de cómo nos impacta a los salvadoreños las decisiones políticas que se toman en Washington.
La política de reforma, conocida como Alianza para el Progreso, elaborada por la administración Kennedy en 1961, para evitar nuevas revoluciones cubanas, dio sus frutos. En El Salvador bajo gobiernos militares, en la década del 60, creció la Democracia Cristiana como la real oposición, la izquierda de la época. Elecciones libres; libertad de expresión; sometimiento de los militares al poder civil; reforma agraria, fueron conceptos que cautivaron la ilusión de decenas de miles de jóvenes y adolescentes que fuimos capaces de imaginarnos que un país mejor era posible.
Las botas y bayonetas de los militares frenaron la reforma. Ante el descomunal fraude ejecutado contra la Unión Nacional Opositora (UNO), en las elecciones presidenciales de 1972 en la que sin duda los candidatos preferidos por la mayoría de la gente eran José Napoleón Duarte y Guillermo Manuel Ungo, Washington guardó silencio.
La Seguridad Nacional pasa a ser el centro de la política exterior norteamericana y para ello el militarismo era, sin duda, el mejor socio. La democracia era buena, siempre que legitimara el acuerdo ya tomado entre los cuarteles, las 14 familias y la embajada norteamericana.
Con alarde de cinismo se escuchaba en los corrillos de Washington: Ciertamente violan los derechos humanos, pero ¡son los nuestros! Sí, son corruptos, pero ¡son nuestros corruptos!
Todo intento de cambio a través de los mecanismos institucionales fue inviabilizado por aquel status quo.
Los jóvenes estábamos condenados a vivir bajo la ignominia o a revelarnos, aceptando las consecuencias de tal decisión. El instinto y la convicción libertaria prevaleció, y la decisión mayoritaria fue inequívoca, la rebelión contra la dictadura.
La administración Carter, si bien proclamó su compromiso con los Derechos Humanos y con la democracia como parte de su política exterior, sus acciones en la región con dicho compromiso fueron extremadamente tibias, le faltó compromiso, le faltó decisión. Jimmy Carter asume el mando en enero de 1977; el general Carlos Humberto Romero es impuesto como presidente mediante un gigantesco fraude en febrero del mismo año; Óscar Arnulfo Romero asume como arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador, en febrero mismo y, en marzo del mismo año, es asesinado el padre Jesuita Rutilio Grande.
Es el general Romero, en su calidad de comandante general de las Fuerzas Armadas, quien además del uso habitual de los cuerpos de seguridad pública en la persecución a los opositores, ordena que el ejército participe directamente en la represión contra la resistencia civil a la dictadura. A esos operativos militares es que se enfrentó, con su pecho y con su voz, el arzobispo Romero.
En marzo de 1978, la amenaza no era el comunismo, la amenaza era la falta de libertades; el cierre de todas las formas civilizadas de expresión.
La guerra civil se originó por falta de libertades y concluyó cuando se abrieron los espacios para el ejercicio de los derechos civiles y políticos.
Washington fue parte del origen y del desarrollo del conflicto. Washington fue parte sine qua non de la solución.
El pueblo salvadoreño y el pueblo norteamericano podemos construir un futuro en el que ambos compartamos, por igual, derechos y responsabilidades.

(*) El autor escribió a propósito esta fecha, que es dentro de una semana.

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